29 marzo, 2024
¡ESTRENO! Con David Bonilla
escribimos «Miedo» para
Canciones desde el Búnker

https://youtu.be/5AfWjmgokEI
David tenía una sala de conciertos en Quito. Se llamaba La Estación y es uno de los lugares más lindos en los que toqué. Tenía murales, un montón de libros abiertos pegados en las paredes y en un rincón, dibujado sobre varios de ellos, un retrato de Hemingway que me encantaba.

El fondo del escenario era una enorme estantería llena de radios y televisiones viejas, tambores, botellas, veladores, retratos, pinturas, fotos, y muchos frascos con líquidos y cosas indescifrables en su interior. Todo ese quilombo y una iluminación linda te hacían sentir en casa.

Ahí coincidimos con L., con quien compartimos escenarios, canciones, cervezas, y algunas noches y desayunos. Un idilio amoroso que duró hasta el fin del viaje y nos hizo sentir un poco menos solos estando lejos de casa.

Yo me había separado de M. la noche anterior a viajar a Ecuador, luego de unos meses intensos e impulsivos. Venía de una época de cierto miedo y con M. había bajado la guardia pero tuve que irme de ahí porque ciertos amores o te hacen sentir increíble o te destrozan.

Cuando era chiquito mi mamá nos llevó a mí y a mi hermana a la Feria del Libro y nos regaló ¡Socorro!, un libro de terror para niñxs escrito por Elsa Bornemann, que estaba ahí y nos lo firmó con un «Para Rodrigo y Romina, para que lo lean al sol» porque decía que las historias de terror debían leerse de día así daban menos miedo y podían disfrutarse más.

Uno de los cuentos era de unas nenas que se daban la mano en la oscuridad para no tener miedo una noche de tormenta y cuando amanecía se daban cuenta que las camas estaban lejos y que no había manera de que llegaran a tocarse entre ellas. Pero terminaba con «acaso a veces los fantasmas también tengan miedo y nos necesiten…» y me di cuenta que era un libro escrito para perderle el miedo al miedo. Gracias, Elsa.

La pandemia —la mayor época de miedo que vivimos como sociedad— consiguió cerrar momentáneamente La Estación. Nos quedamos sin lugar de reunión, sin todo el arte que pasaba por ahí y sin el retrato de Hemingway. Ojalá algún día vuelvan todos ellos.

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El primer día que nos juntamos en Quito con David, yo había llevado una estrofa escrita y varias ideas por la mitad. Con Sol habíamos decidido hablar del miedo, pero del miedo como resistencia, como herramienta, como desafío: Ir hacia nuestros más grandes temores porque allí reside nuestra única esperanza.

David probó una armonía y yo iba inventando melodías arriba con esa estrofa que llevé, hasta que encontramos lo que queríamos. Luego me senté al piano y probé una parte B a modo de estribillo, él le agregó algún acorde y dejamos eso medio bocetado. Sol no había podido venir y luego se iba de viaje, así que lo encaramos entre él y yo.

Días después me fui a Cuenca a ver patinar a Valentina. Paseamos con Romina por la Plaza de las Flores y en el centro de artesanos encontramos esta figura del Aya Huma, un ser mitológico de las leyendas indígenas de Ecuador, un espíritu guerrero que tiene la energía infinita de las montañas y ahuyenta a los demonios de las cosechas. Cuenca estaba tan linda como la recordaba. Fuimos a jugar al bowling y a comer a lo de Fabián. Valentina ganó la medalla de plata.

Volvimos en auto por una carretera de montaña que iba serpenteando por la ladera mientras atravesaba varias veces las nubes. Luis manejaba. Romi cebaba mate. Jugábamos a casa o árbol para divertir a Valentina. En algunos momentos de silencio seguí escribiendo la letra.

Nos volvimos a juntar con David, terminamos de armar la canción, la pasamos dos veces y no sólo la grabó sino que después como no tenía manera de hacerle escuchar la base, improvisó los solos escuchando sólo el metrónomo. Cuando terminamos cocinó pasta y nos fuimos a tomar café por la González Suárez.

Me da mucha alegría haber podido hacer esta canción y este video con él, y celebro su talento para armarlo a contrarreloj porque ese mediodía en su casa era el único momento en que coincidíamos antes de que me suba al avión que después de hacer escalas en Guayaquil y Santiago de Chile me traería de vuelta a Buenos Aires.
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